Babilonia no tiene un dueño. Tiene un comité. Una mesa imaginaria compuesta por entidades de distintos tiempos, planetas, mitologías, archivos corruptos y realidades paralelas. Ninguno sabe bien cómo llegó a formar parte de ese grupo, pero todos asumen su rol con una mezcla de convicción y fatiga.
Gobiernan el bar desde un chat grupal donde no hay turnos, ni jerarquías, ni horarios. Las decisiones se toman entre memes, amenazas veladas, emojis crípticos y estrategias imposibles.
Las discusiones suelen escalar. Alguien propone ampliar el espacio reconfigurando la realidad; otro recuerda la vez que eso terminó en un bar con cuatro dimensiones y clientes atrapados en el tiempo. Alguien sugiere proyectar un techo invisible para que no se mojen los que hacen fila; otro desvía energía del casino interdimensional sin pedir permiso.
Casi todas las soluciones rozan la catástrofe. Y, sin embargo, funcionan.
El comité no tiene reuniones presenciales. No podrían compartir un mismo plano de existencia sin alterar la estructura del bar o provocar un colapso en el multiverso. Por eso el chat sigue activo, en eterno scroll: una fusión de autoridades que apenas se toleran, pero que —de algún modo— mantienen a Babilonia en pie. Más o menos.
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