Z2O

El doctor Vandelay descubrió el virus mientras estudiaba una cepa de bacterias resistentes al cloro en los sistemas de potabilización. Lo que encontró era más que una anomalía: era un organismo viral altamente estable, invisible a los controles tradicionales, capaz de sobrevivir en redes de agua tratada y distribuirse a través de las canillas de millones de hogares.

El virus se alojaba en el agua potable, entrando en el cuerpo por ingestión o a través de microlesiones en las mucosas. Una vez dentro, destruía los órganos con velocidad quirúrgica. El corazón se detenía. La sangre dejaba de circular. Las células morían. Y, sin embargo, el cuerpo seguía moviéndose.

No necesitaba un huésped vivo: bastaba con que quedaran activos algunos impulsos nerviosos primarios, aquellos que rigen la marcha, el equilibrio, los reflejos motores. Los infectados no eran técnicamente zombis, pero nadie supo cómo llamarlos mejor.

Lo más inquietante no era su persistencia, sino su patrón de comportamiento. El virus desencadenaba una compulsión mecánica por morder, desgarrar, devorar: un hambre sin digestión posible, sin propósito, sin saciedad. La agresión era el único lenguaje posible, y el contacto, el único modo de reproducción.

La propagación fue silenciosa. El agente se había distribuido por red: pozos, plantas potabilizadoras, cañerías, dispensers, tanques, escuelas, hospitales. Cuando los síntomas se hicieron visibles, ya estaba en la sangre de medio planeta.

Vandelay observó el desastre desde su búnker con autonomía hidráulica. Se había preparado. No por miedo, sino por convicción. Para él, el derrumbe no era una tragedia, sino una consecuencia.

Había dejado de confiar en la humanidad mucho antes del brote. La encontraba superficial, vulgar, tecnológicamente arrogante, emocionalmente torpe. El virus, decía, no era más que un correctivo inevitable, un acto de justicia evolutiva.

Sentado en su escritorio, contempló los monitores con expresión vacía. Tomó el cuaderno de campo donde había pensado registrar la evolución del brote, pero solo escribió una palabra: Perdimos.

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