Todos saben lo que hace Eusebia. No se andan contando en voz alta lo que pasa, pero cuando algo sale mal, cuando hay peleas graves en una familia o un animal muere sin razón, vienen a buscarla.
Hoy le toca a Linda. Llega a la casa con un temblor que no es de frío. Eusebia no la hace pasar por el living. La lleva directamente a la habitación del fondo, la del piso de tierra fértil. En el centro hay un círculo de flores anaranjadas. No hay muebles. No hacen falta.
Linda entra descalza. Eusebia le indica que se siente dentro del círculo y le pide que no hable.
Afuera, la calle sigue con su ritmo de barrio. Adentro, el aire pesa.
Eusebia comienza a caminar alrededor de Linda con los ojos cerrados, murmurando en mapudungun. De su delantal saca hojas de canelo y las va soltando con cuidado.
Suena un tambor, aunque no se sabe bien de dónde proviene la música.
—Linda —dice Eusebia con voz firme, pero suave—, tenés un Wekufe clavado adentro. Es un alma maligna que se adhiere a los cuerpos para enfermarlos y matarlos poco a poco. Solo este ritual puede salvarte. ¿Entendés?
Linda asiente, sin palabras.
Eusebia rocía un licor oscuro sobre las hojas y enciende el círculo con un fósforo. Las llamas son bajas pero vivas.
El tambor calla.
Eusebia eleva los brazos hacia el techo de chapa. Sus músculos se tensan. Sus ojos se abren tanto que parecen no pertenecerle. El silencio se hace absoluto, hasta que un grito nace desde su vientre: un alarido largo, que no es humano ni animal.
El cuerpo de Linda se sacude con espasmos. Los ojos en blanco. La boca abierta.
El grito se prolonga hasta rasgar el aire. Las llamas se apagan de golpe. Linda cae hacia un costado, extenuada.
Eusebia, empapada en sudor, se sienta junto a ella. Le toma el pulso. Aún late. Le roza la frente con la palma tibia y se queda así, en silencio.
El Wekufe ya no está.
Toman lo que quedó del licor que Eusebia roció sobre las hojas, un amargo y tibio alivio que sella el final del ritual.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario