El amanecer lo encuentra sentado en el sillón del living de un departamento con el tiempo tirado en la alfombra.
Enciende un cigarrillo. Imagina que la brasa se convierte en un insecto en esta oscuridad de amanecer. El humo nace como niebla.
Es temprano, no hay apuro. El día apenas se dispone a comenzar. Donovan agarra un pedazo de porcelana del piso y lo mira mientras el vapor de la ducha se desliza por la puerta del baño, y no se decide sobre qué hacer con él...
Mira al adorno de porcelana roto en el piso —momentos antes, intacto— y se pregunta si debe reconstruirlo o no. Imagina que al revivirlo perdería algo de sí mismo, como si intentar volver al pasado fuera una condena.
Hay muchos otros adornos en el mundo. Ese se rompió y punto. Para qué intentar volver a tenerlo si no va a ser como el de antes, ahora estaría lleno de pegamento, con las piezas un poco desordenadas. Los japoneses tienen un nombre para eso, está seguro. Lo googlea y aparece en seguida: kintsugi. Pero lo reparan con oro y esto definitivamente no lo vale, aunque estaba encariñado con el objeto. Tiene ganas de reconstruirlo...
Sería difícil, hay demasiados pedazos. Hay tanta metáfora en el ambiente que Donovan se siente intrigado y asustado.
Recibe un mensaje: tiene que hacer una entrega. Apaga el cigarrillo y deja el pedazo de porcelana en la mesa. El mensaje lo obliga a moverse. El día ya empezó. Cierra las canillas del baño y sale del departamento.
Sube a la moto y pasa a retirar el pedido.
Hace unas treinta cuadras cuidándose de no ir muy rápido y de no llamar la atención hasta que llega a su destino. Lo recibe una mujer teñida de rubio, musculosa, apenas envuelta en una salida de baño.
Donovan le da una bolsa que cabe en la palma de su mano. Ella le pide que entre porque tiene que buscar la plata y, no quiere ofenderlo, pero tiene que comprobar que no le está vendiendo gato por liebre.
—Es demasiado caro esto —dice la mujer.
Donovan aprieta la mandíbula. La forma en que la mujer lo mira lo inquieta.
La mujer prepara la jeringa y se para como para buscar la plata, pero se tira sobre él y le inyecta la jeringa.
Donovan cae al piso. El efecto y el estupor lo marean; la habitación da vueltas.
Tras comprobar que Donovan está bien, la mujer aspira heroína directo desde la bolsa.
—Uhhhhh, qué buena que está —dice mirando las vigas del techo.
Al terminar, emite un aullido largo y agudo.
Donovan logra incorporarse cuando la mujer sale de arriba de él. Ella busca la billetera y tira la plata sobre el pecho de Donovan. Se va a su habitación con las bolsas.
Donovan se levanta del piso un par de minutos después. Junta los billetes y vuelve hacia su casa, zigzagueando con la moto. El aire frío le quema la cara, pero su cuerpo está entumecido. La plata le pesa en el bolsillo. Con la resaca de todo lo vivido, empieza a pensar si vale la pena comprar un adorno nuevo o pegamento para el viejo.
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