Fernando iba caminando, vidrieras mirando y, mientras, soñando cuando la vio. Ella estaba en pose, un poco filmando, parada en la puerta de la boutique.
Fernando se fue acercando, tal vez palpitando lo que sentiría cerca de ella. La miró a los ojos y le dijo, sonriendo:
―Qué chica más linda que venden aquí.
La chica lo miró con cara de fastidio, demostrando estar ya bastante cansada de ese tipo de estupideces.
―¿Qué va a llevar? ―le preguntó, imponiéndole distancia.
―Nada ―dijo Fernando―. Yo solo quiero mirarla a usted sin molestarla. Mas, si pudiera, intentaría a usted comprarla; no con dinero, sí, con cariño, y nunca dejarla.
La chica pasó del mal humor al miedo. ¿Qué clase de psicópata tenía enfrente? ¿Quería mirarla? ¿Comprarla? Se puso nerviosa. Amenazó con llamar a la policía.
Fernando se rió.
―Yo soy la policía ―dijo.
Entonces, la chica no supo qué hacer y salió corriendo de la boutique. Fernando no la persiguió; siguió con su paseo, olvidándose de ella. La chica siguió corriendo y no paró hasta alejarse tres ciudades de ese tipo.
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