Desde que abrió el hipermercado, al almacén de Néstor le fue de mal en peor.
Más allá de la pérdida de clientes, le dolió ver a sus amigos y vecinos traicionándolo con bolsas inmensas, llenas hasta el límite.
Tenía tan poca plata que tuvo que alimentarse con los productos vencidos de su almacén.
Nadie le dio una mano. Cada vez que pidió un poco de dinero prestado, sus amigos, sus vecinos, las personas que lo vieron crecer, lo miraron con desprecio y le cerraron la puerta, empujándolo a la caída libre.
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