MANO PROPIA

Después de meses encerrado, Tomás decidió salir de su casa. Había evitado a los vecinos, a los familiares de las víctimas, incluso a sí mismo frente al espejo. La absolución judicial no le había traído paz, solo más rabia en las miradas ajenas.

Abrió la puerta con una mezcla de temor y resignación. Dio apenas dos pasos en la vereda.

Entonces apareció Mateo.

Estaba parado ahí, como si lo hubiera estado esperando desde siempre. Vestía de oscuro. No dijo nada.

Tomás quiso retroceder, pero ya era tarde. Mateo lo tomó del brazo derecho con una fuerza inhumana. Le torció la muñeca en seco, con una precisión brutal. Se escuchó el crujido del hueso, como una rama quebrada.

Tomás gritó.

—Para que no manejes nunca más —le dijo Mateo, sin levantar la voz.

Los vecinos estaban todos mirando desde las puertas entreabiertas, desde las ventanas, desde los balcones. Nadie intervino. Nadie dijo una palabra.

Tomás, doblado sobre sí mismo por el dolor, regresó a su casa como un animal herido.

Mateo, en cambio, se alejó caminando. Iba lento, firme, con una sonrisa torcida dirigida a toda la cuadra.Como si dijera: "Alguien tenía que hacerlo."

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