Más allá de su fidelidad al trabajo de toda su vida, Lagos decidió que jamás se alejaría de su ciudad natal, de su familia ni de sus seres queridos.
Subsistió haciendo trabajos de plomería y vendiendo cosas en el transporte público porque ya estaba demasiado viejo para conseguir otro trabajo estable.
Sin la fábrica, Pella empezó a decaer y aumentaron la pobreza y la hostilidad.
Lagos se las arreglaba como podía y trataba de ahorrar algo de dinero para viajar y reencontrarse con su hijo y con su fábrica. Su querido Claudio… qué grande debería estar ya, después de tantos años ahorrando para volver a verlo.
Subió al barco con el preciado papelito que logró pagar con lo justo. Solo llevaba unas pocas prendas y una radio viejísima en una valija maltrecha.
Pasaron los días y las semanas. Las condiciones del viaje eran precarias. A mitad de camino, en el medio de la noche, tronó un rugido ensordecedor que despertó a la tripulación y a los pasajeros. Lagos, junto con casi todos los pasajeros, corrió hacia la proa para ver un monstruoso calamar verde que sobresalía dos metros del agua mirando el barco con una maldad desquiciante. Fue lo último que vio.
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