Claudio, hijo de Lagos, estuvo ligado a Filipo desde su primera infancia. En el colegio le hacía la tarea, recibía las palizas que le correspondían a Filipo e, incluso, asistía a su jefe para que fuera un buen hijo.
Cuando Amnitas echó a Lagos porque no quiso acompañarlo a Rodríguez, a pesar de los ruegos de su padre, Claudio emprendió el viaje con su jefe a bordo de la fábrica hacia el nuevo continente. Siempre aceptó sin protestar todas las órdenes de Filipo. Cuando su jefe pasó a liderar la industria familiar, más allá del dolor que le causaban los cambios, jamás le reprochó a Filipo el despido de ningún empleado, las bajas de presupuesto ni los desmanes con las billeteras de los clientes. Estuvo al borde de la muerte por salvar a Filipo de tres atentados.
Cuando murió Filipo, Claudio preparó su valija, pensando en volver a Pella o en vagar por el mundo aprovechando la cuantiosa suma adquirida a lo largo de los años porque, aunque Filipo era malvado en muchos sentidos, con él siempre fue agradecido y le pagó muy bien por la relación que cultivaron a lo largo de las décadas.
Claudio tenía las valijas listas y una carta de despedida en la mano cuando sonó el timbre y Alejandro le ofreció el liderazgo de la industria. Claudio, con los ojos llenos de lágrimas, dejó la valija en el piso para darle la mano y aceptar la propuesta. Alejandro liberó a Claudio a cambio de que lo mantuviera de por vida. A partir de ese momento, la fábrica era oficialmente suya.
Entonces, Claudio recontrató a viejos amigos despedidos, mejoró la calidad de las materias primas y encontró en el favorecimiento metafísico la excusa perfecta para acercarse a la curandera que amaba.
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