ALOHA

Es el único café de Rodríguez.

Ubicado en una esquina que siempre parece estar a punto de ser remodelada, tiene toldos gastados por el sol, un cartel luminoso que a veces parpadea y mesas de mármol falso que ya no engañan a nadie.

Adentro, las paredes están decoradas con cuadros genéricos de playas tropicales y frases motivacionales en inglés.

Por la mañana y por la tarde, Aloha es territorio común de los rodriguenses: comerciantes que almuerzan luego de colgar carteles de “Enseguida vuelvo”, médicos con traje claro y jubilados bien vestidos que siguen discutiendo la política del país como si todavía les afectara.

Se saludan con palmadas secas, piden cortados con medialunas y conversan sobre inversiones, nietos y remates judiciales.

Pero de noche, el panorama cambia por completo.

Aloha se convierte en punto de reunión de los personajes más bizarros de Rodríguez: tarotistas sin clientela, músicos que cantan a capela, tipos con camperas de cuero que nunca se sacan los anteojos y mujeres que parecen salidas de otra época.

Aloha los recibe a todos con la misma indiferencia: luces bajas, café recalentado y un mozo que nunca hace preguntas.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario