Lo hallaron sobre la mesa de la cocina, desfigurado, con la sangre cubriendo su cuerpo, el piso y hasta los azulejos..
Lo llevaron al hospital y lograron salvarle la vida, pero no pudieron reconstruirle el rostro.
Tenía la mandíbula partida, los pómulos hundidos, los ojos llenos de astillas de vidrio. No habló durante semanas.
Nunca quiso decir quién lo atacó. A veces juraba que no lo recordaba.
Meses después, harto de no poder comer sólidos, de las miradas de los chicos en la plaza, de los cuchicheos en el supermercado, Atlas se fue de Rodríguez.
Dicen que vive en una pensión del conurbano y que se tapa la cara con una bufanda aunque haga treinta grados.
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