A Atlas no le interesa que el lugar esté vacío. Hoy es Babilonia, mañana será Atlántida.
Está en una mesa apartada, fuera del alcance de las miradas desde la calle. Aspira una línea de cocaína.
Una pareja entra al bar. La chica se sienta y el chico camina hacia Ricardo. Pide una cerveza de litro y unas papas con cheddar.
Ricardo anota el pedido y va a la cocina, donde Catalina baila al ritmo de Surf, hasta que siente la mirada de Atlas clavada en ella.
Se detiene un segundo. Luego, sin apuro, sale de la cocina y camina hacia su mesa.
Cuando está cerca, vuelve a bailar, ahora con más sensualidad, meneando la cintura.
Atlas la toma por la cadera y la guía hacia la cocina. Sin soltarla, le dice a Ricardo que se tome lo que queda de la noche. Lo apura para que se vaya, lo putea.
Ricardo lo mira con rabia, aguanta un instante. Luego, sin decir nada, tira el trapo sobre la barra, agarra su morral y se marcha mascullando una amenaza.
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