HECHIZADA

Mariela piensa que la única magia que le funciona es el hechizo de las drogas. Se ríe sola. 

Catalina le golpea el hombro: 

―Eh, no te acapares todo, loca. Dejame tomar a mí también.

La mesa es una montaña blanca, como las maquetas de los volcanes.

Atlas se sienta en el sofá, entre ellas. Ni Catalina ni Mariela le prestan atención, siguen encorvadas sobre la mesa.

Atlas les acaricia la espalda. El culo. Mariela se enoja: 

―Qué tocás, la puta que te parió. Qué tocás.

―Hay un precio por estar acá ―dice Atlas―. No te hagas la boluda.

Mariela lo raja a puteadas mientras deshace a manotazos la montaña, llenando su cartera. Catalina no quiere ir con ella, prefiere quedarse.

Que se joda, piensa Mariela, y se va dando un portazo.

Camina por Rodríguez. Se detiene en el baño de la estación de trenes. En una calle desolada. En la puerta de su casa.

Intenta no hacer ruido al entrar para no despertar a su madre

Llega a su cuarto y se desploma sobre la cama con la ropa puesta. Ni siquiera se tapa. Pero no puede dormir.

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