Mariela carga en el auto a Matías. Lo deja temprano en la casa de su padre.
Liberada por algunas horas, empieza a manejar. Baja la ventanilla. El aire se siente fresco.
Dobla donde se le ocurre, sin rumbo fijo. Agarra cualquier ruta, cualquier autopista. Deja que el camino la lleve, hasta encontrar un bar donde nadie la conozca, donde pueda perderse un rato. Un lugar donde no tenga que pensar, ni ser madre, ni hija, ni nada. Solo una mujer al volante, a salvo por unas horas.
Pero algo vibra en su cartera, urgente.
Susana la llama. Está mal, histérica. La voz se entrecorta y se superpone, incomprensible. Mariela frunce el ceño, se esfuerza por juntar las palabras.
Fuego. Casa. Asfixiado. Bebé.
¡¡¡Ya voy, ya voy para allá!!!
Mariela grita, medio en shock, y se da vuelta rápidamente, corriendo hacia el auto, agarrándose la cabeza. No puede ser verdad, se dice. Tiene que haber algún malentendido.
En ese momento se da cuenta de que está bastante lejos: en Ramos Mejía.
Prende el GPS y la voz cuasi humana de la app le marca el camino de regreso a Rodríguez. La ruta aparece clara, pero el sudor empieza a correrle por la espalda. La preocupación se le clava en el estómago. Todo se acelera.
Duda, pero finalmente lo llama a Pedro. Tal vez no debería, pero necesita algo de calma, aunque sea por un segundo. La voz de él puede ser lo único que la haga sentir que no está completamente perdida.
—Hola, Pedro. ¿Dormías? —pregunta casi sin aliento—. Se quemó la casa de Eusebia, algo le pasó a mi tía y a Bruno, creo que se murieron. Por favor, Pedro, te necesito. ¿Te puedo pasar a buscar?
En un segundo, la respuesta aparece en su mente como un alivio, como si finalmente hubiera tocado tierra firme en medio de un mar agitado.
—Ok, en alrededor de… —Mariela carga su dirección en el GPS, recalculando—. En alrededor de cincuenta minutos paso por tu casa.
Se sienta por un momento, mirando la pantalla del teléfono, y respira profundo. Aún no sabe si lo que acaba de escuchar es real. En su cabeza siguen dando vueltas las palabras de Susana. Se siente desconectada, como si todo estuviera fuera de su control.
El calor del auto le pesa, la angustia le consume. Pero tiene que llegar.
Tiene que llegar.
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