Bruno no escucha lo que le dice su mejor amigo, Eduardo. Se aleja de él, distraído. No le presta atención a la maestra. Se sienta en un banco apartado, susurrando para sí mismo, repasando nombres de plantas, yuyos, flores. Hoy está ansioso: esta noche duerme en casa de su abuela.
Después del colegio, almuerza con su madre. Le encanta el pastel de papa, y aunque disfruta de su compañía, sus pensamientos se van hacia otro lugar. La tarde se le hace interminable, aburrida. Hoy no le interesan los dibujos animados ni los videojuegos. Ni siquiera sus muñecos preferidos logran captar su atención. Sabe que lo mejor está por venir: la magia que su abuela le enseña.
Ya no le importa tanto que su papá no esté, que otra vez se haya ido de viaje. Le dejó un regalo, un muñeco, como siempre. Bruno no se queja. Su mente está ocupada en algo más.
Se despide rápidamente de su madre, la abraza con prisa, y se va hacia la casa de Eusebia. Siente que en esa casa todo es más libre, más real. Nadie tiene que saber lo que la abuela le enseña.
Al llegar, Eusebia lo recibe con una sonrisa cómplice. Tiene las tareas listas. La primera es fácil, un repaso de lo aprendido. La segunda es un poco más difícil. Bruno saca la lengua del lado izquierdo y se la muerde, concentrado. Sabe que está buscando una combinación secreta de elementos. Todavía no entiende del todo cómo funciona, pero lo resuelve, aunque siente que le ha llevado una eternidad.
―¡Abuela! ―grita, al terminar.
Eusebia aparece unos minutos después, tras atender a alguien. Bruno está preocupado, teme haber tardado demasiado, pero la abuela lo mira sorprendida.
—Lo hiciste bien, Bruno. Muy bien —lo felicita, aunque en su interior se mezclan el asombro y la preocupación. Su nieto tiene un talento impresionante para la magia.
Como premio, le permite esconderse y espiar cómo atiende a la persona que acaba de llegar. Pero le pone una condición:
―Después, a dormir. Nada de quejas ni peros.
Antes de irse a la cama, Bruno se cepilla los dientes sin que la abuela se lo pida. Eso le gana otro premio: Eusebia le enseña a comunicarse con los insectos.
Bruno se va a dormir feliz, pensando en lo que aprenderá mañana. Se despide de los insectos, sus amigos secretos, y se queda dormido con el suave canto de los grillos.
Horas después, en medio de un sueño profundo, los insectos intentan despertarlo. Bruno sueña que está dentro de una nube y no quiere salir. Pero de repente, un espasmo le quita el aire. Se despierta de golpe, rodeado de humo. Hace calor, un calor denso, como si el aire lo aplastara.
Desorientado, rueda de la cama y cae al piso. Intenta levantarse, pero no puede. Con esfuerzo, se arrastra hasta la puerta. Sus piernas no responden. El ardor en su pecho lo sofoca, su respiración se entrecorta.
Y luego, todo se apaga.
Los grillos ya no cantan.
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