LA MUERTE DE LA MARIPOSA

Eduardo se despierta temprano, solo. Sus padres no están. Su hermana sigue durmiendo.

Sale al patio y espera. Está oscuro, aunque ya no es de noche. Llueve. Eduardo está concentrado, expectante. Tiene las manos listas.

El capullo se rompe y la mariposa sale volando directo a su trampa.

Eduardo pincha otro bicho en su maqueta de ciencias naturales. Ya casi tiene la tarea terminada.

Se siente contento y satisfecho de sí mismo.

Su padre sale al patio secándose las lágrimas. Eduardo no se da cuenta, ni siquiera escucha el ruido de la puerta abriéndose.

―Eduardo ―lo llama.

Pasa algo grave. Su padre intenta ser fuerte, pero se quiebra.

―Eduardo ―le dice agachándose para hablarle, agarrándole el hombro. Tarda un momento en continuar―. Tu hermana no sabe nada de todo esto, que no se entere todavía, ¿sí? Tu amigo Bruno se murió en un incendio. Parece que mamá tiene la culpa, pero dice que no se acuerda. Creámosle.
No. Eduardo niega. Llora. La putea. Jamás la va a perdonar ni le va a volver a dirigir la palabra. Jamás. Jamás y punto, papá. Jamás.

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