Hoy se queda a dormir Matías.
El abuelo se lo cuenta a todo el mundo, como si fuera una gran noticia. Lo comenta en voz alta mientras compra salchichas y pan para panchos. Dice que es la comida favorita de su nieto, aunque nadie se lo pregunta.
De vuelta en casa, repasa mentalmente un par de trucos de magia que solía hacer cuando Matías era más chico. Ensaya los movimientos con los dedos, frente al espejo. Después barre el patio, acomoda las cartas, prende la radio un rato. Y espera.
Finalmente, llega Matías.
Juegan un rato a las cartas. Van alternando entre truco, chinchón y escoba de 15. Al chico, sin embargo, se lo ve disperso. Mira el celular apagado, resopla, se queja de que no hay internet.
El abuelo aprieta los labios y asiente, resignado. Definitivamente va a tener que poner ese maldito internet de una vez por todas.
Para levantarle el ánimo, le muestra algunos viejos trucos de magia que Matías ya ha visto, pero igual celebra con una sonrisa amable.
Entonces decide jugar su último as bajo la manga: el truco de la carta pegada en el techo.
Lo hace despacio, con cuidado, midiendo el efecto. Y esta vez sí, Matías se ríe de verdad. Mira el techo con los ojos bien abiertos y le pregunta cómo lo hizo. El abuelo no dice nada, solo le guiña un ojo.
Después se van a acostar. Apagan las luces.
Escuchan un rato a Dolina desde la radio de la cocina, con el volumen bajo.
Y en algún momento, sin que ninguno lo note, se quedan dormidos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario