Susana deja por un momento la custodia del cuerpo de Bruno. Se aparta en silencio, como quien interrumpe una vigilia sagrada, y se dirige hacia Mariela. No hace falta que diga nada: la abraza con una fuerza que no busca consuelo, sino compañía en el abismo.
Mariela la sostiene. No pregunta nada, no intenta calmarla. Sabe que hay dolores que no se alivian, que lo único posible es estar ahí, presente. Acaricia con una mano temblorosa la espalda de su amiga, y siente cómo el llanto de Susana se le filtra en el pecho, como un eco que también le pertenece.
Las dos lloran. No hacen promesas ni buscan explicaciones. Se permiten quebrarse juntas, aferradas la una a la otra, sabiendo que ese abrazo es el único refugio posible frente a lo que está por venir.
Después, sin necesidad de decirlo, se separan apenas. Respiran hondo. Se secan los ojos. Se preparan para lo siguiente.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario