EL BESO RECIBIDO

Octavio dormía inquieto, soñando algo oscuro.

Tenía la ventana abierta para que entrara algo de aire porque hacía calor en la habitación.

El beso se coló por la rendija y descendió como una pluma, lento, etéreo, hasta posarse en sus labios.

Se despertó de golpe, sobresaltado.

Palpó el costado vacío de la cama, donde ya no estaba Fátima.

Después se llevó la mano a la boca, despacio, como si pudiera retener ese último gesto.

Como si el beso todavía flotara ahí, tibio, respirando con él.

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