Recién llegaba de caminar cuando sonó el teléfono, a eso de las cinco de la madrugada. Si hubiera sido un día común, le habría molestado que lo llamaran a esa hora; si hubiera sido un día cualquiera, habría atendido con malhumor.
Pero no era un día cualquiera.
—Robaron la caja fuerte del banco —le dijeron—. Tenemos a los responsables. Lo va a pasar a buscar un patrullero para llevarlo al lugar.
Por suerte, esa noche había salido a caminar. Eligió las calles más desoladas, con menos luz. Cuando vio aparecer desde la esquina a un hombre robusto que caminaba delante de él, apuró el paso para alcanzarlo y lo atacó por detrás, clavándole un cuchillo en el cerebelo. El hombre cayó desplomado. Le sacó los cordones de la zapatilla izquierda y se fue a su casa.
Se deshizo de la ropa deportiva, se duchó y se puso el traje de gerente.
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