EL CEMENTERIO DE RODRÍGUEZ

Está ubicado en las afueras del casco urbano, sobre un terreno amplio, irregular y con poco mantenimiento. Tiene una extensión de casi tres hectáreas, cercadas por un muro de ladrillos sin revocar, cuarteado por el paso del tiempo y la humedad. La entrada principal está sobre una avenida de doble mano, y se accede por un portón oxidado que suele permanecer abierto.

Dentro del predio, los caminos son de tierra y se bifurcan sin lógica aparente. En los días de lluvia se transforman en un barrial espeso. No hay señalética, ni plano, ni sectores bien delimitados. Las tumbas más antiguas conviven con entierros recientes. Muchas lápidas están partidas o desplazadas. En algunos casos, faltan los nombres, las fechas, los floreros, o simplemente todo el conjunto funerario ha desaparecido. Los nichos, dispuestos en largas hileras, muestran signos de abandono: hay vidrios rotos, marcos metálicos oxidados y placas arrancadas.

Los árboles que rodean el cementerio —principalmente sauces, eucaliptos y algunas moreras— crecen sin poda ni control. Sus raíces sobresalen entre las tumbas y levantan el terreno. Hay también cruces torcidas, ángeles de cemento sin rostro, y flores secas acumuladas en rincones donde ya nadie va. Las construcciones que alguna vez oficiaron como oficinas o depósitos están cerradas o en ruinas.

El estado del cementerio no parece ser fruto de una simple falta de recursos, sino de algo más profundo: una forma de negación. Como si el pueblo, en su rutina diaria, prefiriera dar la espalda a ese terreno y a lo que representa.

Y también hay algo en ese rincón que impone silencio y respeto, incluso a los distraídos. Algo que recuerda que la muerte siempre está presente. Se habla, en voz baja, de ciertos actos que no figuran en los libros parroquiales. Signos trazados en la tierra, restos quemados junto a cruces, nombres pronunciados al revés. Hay quienes saben que ese lugar no sólo guarda a los muertos, sino también ciertas puertas.

Pero siempre hay alguien que va, que deja una flor, que pregunta por un nombre.

Una bruma baja suele cubrir el predio al amanecer. Algunos dicen que es neblina, otros que son espíritus.

El cementerio no es bello, ni solemne. Es un lugar que parece más fantástico que verdadero.

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