GOTAS QUE GOLPEAN LA VENTANA

Dora está en la cocina, lavando los platos después de la cena. Afuera, las gotas golpean la ventana con un ritmo pausado; el viento mueve las ramas como un susurro.

La luz amarilla del pasillo dibuja su sombra alargada en la pared, un fantasma silencioso que la sigue.

Desde el sillón llega el murmullo del partido, lejano pero constante, un latido acompasado que a ella le gusta.

Se seca las manos con la toalla y se acerca para preguntarle qué quiere para comer. Él responde que cualquiera de sus platos estará bien.

Sus voces se entrelazan breves y claras, filtrándose entre el ruido de la lluvia.

Dora piensa en lo rápido que pasa el día, en lo poco que hablan, en lo mucho que se necesitan sin decirlo.

Por un instante, la vida parece quieta, sin dramas ni sorpresas, solo ellos dos y esa rutina que los sostiene.

Vuelve a la cocina, escucha el agua correr y siente que, por ahora, todo estará bien.

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