SILENCIO

David se sienta en el sillón, la tela gastada le marca las rodillas. El partido murmura en la tele, pero él no lo escucha.

En el borde de la mesa, un vaso con restos de cerveza. El líquido quieto, marrón y opaco, como sus pensamientos.

Ella está en la cocina, moviendo los platos. A veces, la luz le atraviesa la espalda y dibuja sombras alargadas en la pared.

David aprieta los puños con tanta fuerza que los nudillos se ponen blancos. Las palabras que quiere decir están atrapadas entre esos dedos.

En el televisor, el grito de un gol llena la habitación. Él no cambia la expresión. No hay festejo, no hay alegría.

Siente el peso del día encima, como el silencio después de una tormenta.

Piensa en la carta que recibió hace dos días, el sobre arrugado en el bolsillo del pantalón. La palabra “despedido” en tinta negra y seca.

Se le hace un nudo en la garganta al recordar la edad que tiene. Cincuenta y nueve años. Demasiado viejo para conseguir otro trabajo. La jubilación, tan cerca, tan lejana a la vez. La plata que queda, contada y apretada, que en un par de meses se acaba.

La lluvia afuera se convierte en un susurro, un lamento que no puede ignorar. David mira la luz amarilla que entra por la ventana, se parece a ese trabajo que ya no está, una luz que se apaga lentamente.

Querría decirlo. Pero el silencio es un muro. Y él está sentado del otro lado, atrapado.

Ella sigue en la cocina. Él vuelve a respirar, lento, como quien sostiene la respiración para no hundirse.

El vaso en la mesa, el partido en la tele, la lluvia en la ventana.

Y el silencio que pesa más que todo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario