Habían despedido a todos los empleados. Habían cerrado todas las puertas y ventanas. El carbón ardía en las calderas. Los motores empezaban a carraspear. La fábrica desplegaba sus alas.
Juampo apareció corriendo delante de la fábrica justo cuando intentaba despegar. El dueño miró hacia abajo: un tipo hacía gestos desesperados, agitando los brazos por encima de la cabeza, con un maletín enorme.
La fábrica frenó de golpe, justo cuando su última pared se despegaba del suelo, cuando los últimos cimientos se desanclaban. Se detuvo y cayó pesadamente.
Se abrió una compuerta y salió el dueño con un contrato de venta.
Juampo recontrató a los obreros, pero les cambió el trabajo: desde ese momento, se dedicarían a producir REMs. También armó un equipo de programadores.
Un mes después salieron los primeros productos al mercado.
En tan solo un semestre, desde una fábrica en Rodríguez, un tercio de la población ya tenía un dispositivo y se conectaba regularmente. Incluso empezaban a aparecer los primeros adictos a los REMs.
Jeremías eligió un momento en el que había un pico de REMs conectados: prácticamente todos los usuarios estaban online, a la espera de un anuncio importante sobre la nueva actualización del software.
Probablemente no comprendía del todo la magnitud de lo que iba a hacer, aunque lo había planificado durante semanas.
Jeremías enchufó el cable en el puerto de entrada/salida instalado en su cabeza y conectó el otro extremo a uno de los puertos USB de su notebook.
Cuando se quedó dormido, el REM se activó, dándole la bienvenida al mundo virtual.
Descargó un virus que fritó el cerebro de todos los que estaban conectados.
Millones de personas murieron durante la medianoche de Rodríguez.
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