DETRÁS DEL USUARIO

Sufriendo el calor, con la camisa ancha pegada al cuerpo por la transpiración, Valentino sacude el borde del pantalón corto para ventilarse la entrepierna. Ya no sabe si ese gesto es por alivio físico o por costumbre: lo repite cada dos cuadras.

Camina por la calle 32, todavía lejos del final de su recorrido. Va casa por casa, dejando el diario en cada puerta, sin saltearse ninguna. No importa si un perro gruñe desde atrás de un portón oxidado, si un rociador le moja los tobillos, o si el sol le raja la nuca como un tajo.

A veces le roban, a veces lo persigue un perro o un chico con una pistola de agua, a veces alguien le prende fuego el pilón de diarios. Y a veces lo prende fuego él.

No lo hace por odio al trabajo ni por desesperación. Lo hace para ver qué pasa. Para comprobar que todavía puede provocar algo en el mundo.

Cuando termina el reparto, empieza a pensar en Victoria, la mujer de la pantalla, la que lo mira desde una cama desordenada. A esa hora, él deja de ser Valentino y se convierte en @pepino.

Cada noche, después de ducharse, prepara el mate y prende la computadora. Espera a que ella se conecte. Cuando aparece online, compra una sesión enseguida. Le pide que se desvista. Le paga con fichas, con ansiedad, con pulsos de deseo que apenas duran dos minutos.

Entonces algo se le afloja por dentro. Le pide que se vuelva a vestir. Le habla de su día. De la humedad en las paredes del baño. Del perro que casi lo muerde. De los diarios que ardieron. A veces inventa. A veces dice la verdad. Ella lo escucha; o al menos finge que lo hace. Es lo más parecido a no estar solo que encuentra en todo el día.

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