En las reuniones de padres, Andrés empezó a acercarse a Luna a través de comentarios graciosos.
Después, algunas visitas al hospital para que revisaran a Bruno por nimiedades le permitieron invitarla a tomar algo.
No le importaba que estuviera casada. A fin de cuentas, solo le interesaba su físico, porque no tenían nada en común. Solo quería con ella algo informal, un par de encuentros. Si estaba vestida de enfermera, mejor. Por eso, se colaba por las noches en los pasillos del hospital, y la sorprendía con unos besos, con la esperanza de que ella lo condujera a alguna habitación vacía.
Pero Luna se obsesionó con él y empezó a perseguirlo: revisaba su teléfono, se presentaba en su casa a cualquier hora o pasaba por la puerta. Lo cruzaba todo el tiempo en la calle y lo abrazaba frente a todos, no le importaba el marido ni tampoco sus hijos.
Se enfurecía cuando Andrés fingía ignorarla o desentenderse de ella.
Hasta que un día, cuando Luna estaba particularmente alegre, Andrés aprovechó esa calma para ponerle fin a la relación. Trató de ser respetuoso y sutil porque temía las consecuencias de su decisión.
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