Pocos lugares son tan tétricos como un hospital de noche. El silencio es frío, solo interrumpido por quejidos, gritos o llantos. Pasillos vacíos, mal iluminados, con luces blancas. Y un aroma constante, mezcla de desinfectante y proximidad de muerte.
La sala de enfermeras está vacía. Deben estar haciendo chequeos o repartiendo colaciones.
Luna está acostada en una habitación. No ve entrar a su hermano; se sobresalta cuando él le agarra el brazo, preguntándole directamente qué pasó, qué le pasa, si está bien.
Luna está en shock. Tarda unos minutos en reconocer a Miguelito. Luego, se larga a llorar.
Él la sacude, intentando despabilarla.
—¿Qué hiciste, Luna? Decime, por favor, ¿qué hiciste?
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