ESE HOMBRE

Su hermana se estaba muriendo, pero Antonia no quería asumirlo. Hubiera deseado estar todo el tiempo con ella, sacarle la enfermedad cepillándole el pelo, como cuando eran chicas, pero ese marido que tenía no dejaba que nadie la viera. Nadie sabía a dónde se la llevaba, ni por cuánto tiempo. Nunca atendía el timbre de la puerta. Le había sacado el teléfono, la tenía incomunicada. Ese hombre la tenía secuestrada.

Patricia la llamó por teléfono a las tres de la madrugada porque escuchaba gritos en la casa de Elisa.

—Tenés que venir rápido para acá —le dijo—. Es Elisa la que grita.

Antonia saltó de la cama, agarró una cartera del placar —esa cartera— y salió corriendo en camisón hacia la casa de su hermana.

El living estaba iluminado. Antonia tocó el timbre. Golpeó la puerta. Volvió a tocar el timbre. Él no quería abrirle.

Sacó de la cartera la llave que había hecho en secreto, la que había guardado para cuando eso pasara.

Cuando abrió la puerta, encontró a su hermana tirada en el piso del living, llena de sangre. Muerta. Ese hombre, con un cuchillo ensangrentado en la mano.

Antonia gritó y se agarró la cabeza. Se tapó los ojos. No quería verla muerta. Sacó de la cartera una pistola. La destrabó y gatilló tres veces: uno impactó en el brazo izquierdo, otro no le acertó y se incrustó en la pared, el tercero le rozó el hombro izquierdo.

Mateo caminó hacia ella, llorando. Lágrimas de cocodrilo, pensó Antonia.

—Quise salvarla —dijo Mateo.

Antonia gatilló otros tres disparos: uno le pegó en el muslo derecho, los otros se incrustaron en la pared.

—Quise salvarla —repitió Mateo mientras seguía caminando y se abalanzó sobre ella.

Antonia no pudo esquivarlo. Cayeron al piso, él sobre ella.

—Quise salvarla —Mateo le clavó el cuchillo en el corazón—, pero arruinaste todo.

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