ES TEMPRANO Y SIN EMBARGO ANOCHECE

La estaba pasando bastante bien: disfrutaba, veía crecer a su hija; un matrimonio feliz, vacaciones todos los años. Todo esto pensaba Elisa, mirando hacia nada en realidad, pero fijando la vista en un estante boticario, con frascos y gasas. Se le cayó el papel que sostenía en la mano izquierda. El diagnóstico estaba en el piso. Le quedaban tres meses de vida.

Elisa se distrajo de la muerte imaginando la tortura por tener que contárselo a todos y tener que ver llantos y lástima.

Mateo no quiso aceptarlo. La llevó a los lugares más extraños, paseándola por todas las magias.

Nada podía curarla. Salvo, tal vez, un ritual que nadie se animaba a practicar.

Elisa se aferró a esa posibilidad preciada de salvación. Mateo aprendió el ritual.

Esperaron el momento idóneo y consiguieron los elementos necesarios.

Mateo pasó el cuchillo por cada uno de los elementos: a veces untó, y otras, cortó. Hundió la hoja en los puntos marcados del cuerpo de Elisa.

El saldo: veinticuatro puñaladas.

Mateo siempre culpará a Antonia.

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