Francisco acomoda su torpe cuerpo en la silla. Transpira. No puede con el calor, ni siquiera con el aire acondicionado al máximo, pero no se rinde, así como tampoco lo hace ante el crimen.
Le encanta que lo llamen Sheriff.
Durante los años que patrulló las calles, los ladrones dejaban de robar y se buscaban un trabajo para no cruzarse con él. Se les fruncía el culo cuando lo veían.
Lo nombraron comisario cuando se instaló el hampa. Desde entonces, hace lo mejor que puede. Cuando no puede, le deja un grafiti al Juez en algún muro para que se encargue.
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