Clara cree que Claudio solo la contrata por condescendencia, porque no tiene las mismas habilidades que su madre o su tía. La maldición de los brujos pesa sobre ella. Clara es la representación del fin de su estirpe. Andrés, en realidad, el primer hombre nacido en su familia, es la concreción de la maldición. Ella odia a su hermano por simbolizar la pérdida, la deshonra de la magia.
Para peor, Eusebia siempre estuvo más preocupada por las rebeldías de Andrés que por enseñarle a Clara a conjurar hechizos. ¿Cómo una curandera con todo el poder de su madre se dejó vencer así, tan pasivamente, en lugar de luchar por mantener el legado de la familia?
Pero ahora Claudio, tan inocentemente, le cuenta lo que no tenía que decirse: que Eusebia anda en algo raro con Bruno porque el nene está haciendo algo parecido a la magia. Tal vez tiene un don.
―Tu mamá está intentando salvar la estirpe de una manera arriesgada ―dice Claudio―. ¿Vos sabés algo de todo esto, Clara?
Clara no sabe nada. Su madre apenas le enseñó a leer el tarot, pero a Bruno le estaba enseñando todo. A Mariela no le importa ser curandera porque jamás se preocupó por aprender nada del legado de la familia, pero a mí sí que me importa. Quiero el poder, aunque mamá diga que la estirpe se apagó, que ya no es posible la magia en la familia. Si eso es cierto, ¿cómo es posible que yo pueda hacer magia con lo poco que Eusebia me enseñó?
Ahora se da cuenta: la estirpe, la maldición… todo es mentira. Excusas. Eusebia no quiere enseñarle a Clara. Tampoco quiere hacerlo su tía. Más allá de la amabilidad y el amor con el que siempre la trató, jamás se preocupó por enseñarle hechizos. Pero Bruno sí aprende magia.
Clara se para de golpe. Se pone un abrigo, le pide disculpas a Claudio y se va.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario