LOS ORÁCULOS

A Eusebia no le interesaba respetar la tradición, aunque tampoco se atrevía a desafiarla. Todos auguraban que se convertiría en la curandera más poderosa.

Los oráculos le dijeron que el padre de su hija sería Ernesto, un amigo del brujo Horacio.

¿De todos los hombres con los que había estado, por qué justamente con ese estúpido tenía que engendrar?

Salió una noche. Sabía que lo encontraría en Aloha. Un par de palabras dulces y algunos gestos obscenos bastaron para conquistarlo.

Lo llevó a su casa, cumplió el acto con desgano y lo echó. Después, se reprochó su frialdad. ¿Había condenado su linaje con su indiferencia?

A los nueve meses, cuando debía nacer una niña, en su lugar nació un niño. Eusebia sintió culpa, aunque no podía contradecir a los oráculos.

¿Era ella la que había roto la estirpe o fueron ellos?

Se refugió en su rol de madre. Si la hechicería estaba destinada a extinguirse, al menos su hijo aprendería a ser humano.

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