El mundo está cambiando. Se escucha en el silbido del viento y se observa en las nuevas formas que adopta la lluvia, en la pigmentación anormal de ciertas plantas, en el comportamiento errático de los animales.
Algo se avecina. No un evento, sino un desajuste profundo. Y Mateo lo presiente. Por eso lleva semanas preparándose para lo extraño y lo imposible.
Hace cinco días que sabe que Clara golpeará tres veces su puerta.
Le sigue pareciendo increíble que la hija de Eusebia —con todo lo que eso significa— venga a buscarlo a él. Pero las señales han sido claras, y nunca se equivocan.
Tal vez venga por un problema personal. Tal vez su visita sea parte del fenómeno mayor que anuncia el mundo.
Cuando escucha los tres golpes, Mateo ya está de pie. Abre la puerta sin sorpresa, pero Clara no puede entrar. Algo la retiene en el umbral.
—Creía que no tenías poderes de curandera… disculpá —dice Mateo, mientras borra algunos símbolos del suelo y cubre con un trapo los talismanes colgados junto a la entrada—. Ahora sí, pasá.
—Hola —dice Clara, apenas, y cruza el umbral.
El dóberman negro de Mateo, que dormía en el patio, se pone de pie y le ladra con furia. No a ella exactamente: le ladra al cielo, a las estrellas. Le ladra al universo. Luego ruge, como si su garganta estuviera hecha para otro lenguaje, y sigue ladrando.
Uno a uno, todos los perros de diez cuadras a la redonda se suman. Un coro salvaje. Hasta que Mateo grita hacia el patio:
—¡Basta!
La palabra tiene un peso seco, absoluto. Los perros se callan. El silencio se vuelve aún más inquietante.
Clara empieza a hablar. No da vueltas:
—Mi mamá le está enseñando hechicería a Bruno, el hijo de mi hermano. Y creo que mi sobrino ya logró hacer magia.
A Mateo le tiemblan los dedos. No consigue mantener la compostura.
Siempre sospechó que Eusebia había intentado iniciar a Andrés, su hijo. Por capricho. Por negarse a aceptar que la estirpe estaba acabada. Pensó que, al no obtener resultados, se había resignado. Nadie hablaba del tema. El silencio era un acuerdo tácito.
—Si de verdad está logrando iniciar al chico —dice Mateo, casi en un murmullo—, estamos todos en peligro. ¿Cómo ella, justamente ella, va a romper la regla más estricta? La que casi nadie se atrevió siquiera a poner en duda...
Clara baja la mirada. No sabe qué responder. Su sola presencia ya dice demasiado.
—Vine hasta acá porque supuse que vos podías resolver el problema —dice. Lo dice con miedo, pero también con claridad.
Mateo respira hondo. Controla los nervios. Y entonces lo ve. Lo comprende.
Si alguien como Eusebia, con su historia, con su autoridad, con su fama de incorruptible, se animó a romper la regla más severa... entonces no es solo una crisis. Es una grieta. Un margen de acción.
El mundo está cambiando. No se trata solo de presagios o símbolos. Es un cambio de paradigma, y hay que estar atentos. No se puede desaprovechar el momento.
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