LA BÚSQUEDA DE LA ARMONÍA

En los comienzos de las primeras civilizaciones, algunos iniciados se iban de sus pueblos para aventurarse al mundo desconocido con el fin de encontrar el sentido de la vida y a quien fue capaz de crear algo tan complejo como la raza humana.

A Capra la humanidad le parecía patética: predispuestos al miedo, a la desconfianza y a las destrucciones. A pesar de que se esforzaba por tolerar a sus pares, no encontraba la paciencia para entenderlos.

Se fue de su casa no para buscar al Creador o el sentido de la vida, sino para aprender a comunicarse con el mundo: con sus plantas, sus animales, sus rocas, sus mares y sus vientos. Quería encontrar la forma de enfrentarse con el caos de la civilización.

Vagó por bosques, pantanos, selvas, montañas y cuevas. Habló con todos los animales y con todas las plantas del mundo y entendió los lenguajes del agua, del viento, de la tierra y del fuego. Aprendió la paciencia de las piedras y la levedad de las nubes.

Pero jamás aprendió a comunicarse con la humanidad. Las pocas veces que se hospedó en pueblos, fue rechazado por el miedo que provocaban sus vestiduras y su forma de hablar. Entonces, Capra cortó su lazo con la civilización y la dejó sola en su trágico naufragio.

Quiso vivir un tiempo bajo el agua, el único territorio que aún no había explorado, pero no pudo resolver el impedimento de respirar en las profundidades.

Niobe lo descubrió ahogándose plácidamente y lo llevó a la orilla en contra de su voluntad.

Cuando se recuperó, Capra se sorprendió al ver a su salvadora. Creía que había hablado con todos los seres del mundo, pero jamás había conocido a alguien como ella. Creía que sabía todo, pero no conocía el amor; y el amor refutó toda su sabiduría. Niobe fue opio y mundo entero. Capra se hundió feliz en su cuerpo escamoso.

De este amor nacieron dos hijos: Eliseo y Amaranta. Capra les enseñó a cada uno una parte de su conocimiento: a Eliseo le enseñó el poder del viento, la voracidad del fuego, la maleabilidad de los metales y la fidelidad de las piedras; mientras que a Amaranta le enseñó la lealtad de los animales, la paciencia de las plantas y el fluir del agua. Entre los dos tenían que construir la armonía del mundo.

Pero Eliseo y Amaranta jamás se amaron. Amaranta se perdió en la naturaleza y Eliseo, celoso de su alegría y envidioso de su romance con el mundo, intentó destruir todo lo que ella amaba.

Capra y Niobe sufrían por la desunión de sus hijos. Con mucho dolor, para evitar la destrucción que su amor engendró, decidieron separarlos. Fue una noche oscura, de lluvias violentas y vientos furiosos. Amaranta se iría hacia el sur, y Eliseo, hacia el norte. Sus padres les prohibieron que transmitieran sus conocimientos a nadie que no fueran sus descendientes. Tampoco podían hacerse daño entre sí porque ese daño se reproduciría en ellos mismos. Amaranta sólo podría tener dos hijas y sus hijas dos hijas, y así. Eliseo sólo podría tener dos hijos, y sus hijos dos hijos, y así. Capra y Niobe dijeron todo esto y echaron a sus hijos inmersos en un profundo dolor, pero sabiendo que era lo único que podían hacer para que se mantuviera cierta armonía en el mundo y que su descendencia se uniera en la paz o muriera en el caos alguna vez, cerca del fin del mundo.

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