En cuanto nació el niño, Nicolás lo vio entre la muchedumbre que se agolpaba alrededor del parto, en la vereda del Banco de Rodríguez.
Sintió, de golpe, una necesidad incontenible de tenerlo en brazos. Y corrió hacia él.
Una bocina lo hizo mirar hacia su derecha. El auto estaba demasiado cerca. No pudo frenar a tiempo.
Lo embistió justo cuando su madre intentaba salvarlo.
Nicolás sintió que flotaba. Todo ocurrió tan rápido que no tuvo dolor.
Su cabeza golpeó contra el pavimento y, justo antes de cerrar los ojos, sonrió: había visto, por última vez, el rostro de su madre, a su lado.
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