BANCO DE RODRÍGUEZ

Rodríguez tiene un solo banco porque sus habitantes, en un acto de fe o de comodidad —o tal vez de terquedad—, decidieron amontonar todo el dinero en un único lugar.

Así nació una entidad local, orgullosamente cerrada al resto del mundo. Solo atiende a rodriguenses. No importa si alguien viene con dólares, euros o yenes: si no tiene dirección en Rodríguez, no pasa del hall.

El banco ocupa una esquina entera del centro, con una fachada imponente de ladrillo y columnas color crema que intentan imitar la arquitectura estatal de principios del siglo XX. En el frente, una inscripción en letras doradas dice: “Fundación Mutual y Popular”.

Del otro lado de la calle está la plaza, la iglesia y los bares Alejandría, Atlántida y Babilonia. Pero el banco es la única institución que parece no haber cambiado nunca.

Por dentro, el edificio es amplio, oscuro y fresco, con pisos de granito brillante y mostradores de madera gruesa con mármol rajado en las esquinas. Los techos son altos y el eco de las voces le da al lugar una solemnidad innecesaria.

Los empleados se sientan en escritorios con ventiladores de pie que giran con parsimonia. Todo suena a máquina de escribir, aunque hace años que usan computadoras.

En el fondo hay una puerta metálica con una mirilla que nadie abre salvo en ocasiones muy específicas: ahí está la bóveda.

La bóveda es grande, redonda, plateada, como sacada de una película de atracos. Tiene una rueda central para girar y una contraseña que, según dicen, solo conoce el gerente y un señor que arregla cerraduras y toca el bandoneón en los actos escolares.

Dentro de la bóveda, no solo hay billetes: también hay cajas de seguridad, documentos viejos, fotografías y escrituras.

El banco cierra todos los días a las diez de la noche. Los sábados abre hasta el mediodía.

Casi todo el mundo se conoce. Los empleados saben de memoria quién cobra pensión, quién tiene una cuenta conjunta con un ex que ya se volvió a casar, y quién saca plata en billetes grandes para esconderlos en el techo del quincho. Es, en definitiva, el corazón económico y sentimental de Rodríguez.

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