BORRACHO Y LOCO

Se agarra la cara. Le duele. Le hierve. Está furioso. Que se vaya a la concha de su madre. ¡Desubicada!

Va al baño para mirarse en el espejo. No hay marcas en su cara, pero tiene todo bastante colorado.

Se abre paso entre la gente hasta llegar a la barra. Pide una cerveza y toma del pico del porrón. Saca el teléfono y llama a Pedro.

―Necesito verte, Pedro.

―No, ahora no puedo, Pablo. Pasó algo horrible, ¿te enteraste?

―No sé qué pasó, quiero verte ya mismo.

―Me voy a encontrar con Mariela ahora, no puedo. ¿No te enteraste de lo que pasó?

―¡No me interesa! Susana me pegó una trompada y se fue ―Pablo toma un trago de cerveza―. Seguro fue a encontrarse con el forro de Andrés.

―No, Pablo, no. Esta vez te equivocás. Se prendió fuego la casa de la madre de Andrés. Parece que se murieron Eusebia y el hijo de Susana.

Pablo toma otro trago de cerveza.

―¡Bien hecho! ¡Ahí tiene, por conchuda!

―No digas eso, Pablo.

―Vení para acá.

―No puedo ahora.

―Vení.

―Cuando me desocupe, te llamo.

―Andá a cagar vos también, hijo de puta.

―Pabl…

Termina la cerveza y la revolea hacia la barra. Quiere ir al centro de la pista del bar. El Lobizón Ferreira canta una especie de rumba. Pablo empuja a todos con bronca hasta que un patovica lo agarra del hombro, dándolo vuelta para estamparle una trompada en el medio de la cara que lo desmaya.

El patovica se lo carga al hombro como si fuera una alfombra enrollada. Sale del bar, cruza la calle y lo tira en un volquete lleno de tipos noqueados.

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