CELOS

Juan se detiene en la esquina del cementerio, consciente de que no le conviene aparecer entre el cortejo fúnebre.

Si la ve con Pedro, se va a poner como loco.

Le manda un mensaje a Mariela y se queda esperándola, tomando una cerveza en Aloha.

Una hora después, ella se sienta junto a él y lo abraza llorando. Lo aprieta fuerte.

—No puedo creer lo que pasó —dice, con la voz temblorosa.

No entiende por qué no estuvieron su madre ni Clara en el velatorio. Faltaba gente. Eso le pareció muy raro.

—Seguramente no fue un accidente. Seguro que... —Mariela baja la voz— la incendió Pedro.

—¿Por qué pensás eso? —pregunta Juan, sorprendido.

—Pedro sospecha que nos estamos viendo.

—¿No lo dejaste anoche?

—No, no —responde Mariela, trabándose con los monosílabos.

—Conmigo no estuviste porque ibas a dejar a Pedro...

—Estaba con Matías, en lo de mi viejo, cenando, ¿ok?

Juan le cree, por suerte, y vuelve al tema anterior.

—No creo que sea capaz de hacer algo así —dice Juan.

—La gente es capaz de cosas que ni imaginás —responde Mariela.

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